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Una Señal Celestial

El Devocional: El Verdadero Deleite De Dios

 

Isaías 62:4 (NTV) Nunca más te llamarán «La ciudad abandonada» ni «La tierra desolada». Tu nuevo nombre será «La ciudad del deleite de Dios» y «La esposa de Dios», porque el Señor se deleita en ti y te reclamará como su esposa.

 

El versículo que acabamos de leer está dirigido a la nación de Israel, específicamente a la ciudad de Jerusalén. En él podemos ver reflejado el amor profundo que Dios siente por esta ciudad santa. La manera en la que se expresa hacia ella es de un amor puro y leal.

 

Sin embargo, también debemos reconocer que en su momento, Dios permitió la corrección sobre Jerusalén. Para restaurarla, fue necesario que primero pasara por una etapa dolorosa. La ciudad fue saqueada, pisoteada y reducida a ruinas. Los pueblos agresores invadieron sus calles, robaron a sus mujeres e hijos, explotaron sus recursos y sembraron destrucción.

 

¿Por qué Dios permitió esto? Porque era necesario corregir. Jerusalén fue advertida muchas veces que dejara de inclinarse hacia otros dioses, que dejara de prostituirse con otras deidades y de levantar altares ajenos. Pero no obedeció. Por esta razón, vino el castigo. Aun así, el amor de Dios nunca dejó de existir.

 

Y eso es lo que hace tan especial este versículo. A pesar de la condición en la que había quedado la ciudad, Dios hace una promesa de restauración. Dice: “Nunca más te llamarán la ciudad abandonada, ni la tierra desolada.” Está prometiendo protección, cuidado, amor y lealtad. Añade que pondrá sentinelas que oren de día y de noche por ella, y que su amor será como el de un esposo por su esposa.

 

Jerusalén fue llamada “La ciudad del deleite de Dios” y “La esposa de Dios” porque Él se deleitaba con ella. La llama suya, la reclama como suya, y promete cuidar de ella como un esposo cuida de su esposa. ¡Qué imagen tan poderosa de amor y compromiso!

 

Ahora, quiero que notes algo muy importante. En el Antiguo Testamento, Jerusalén y la nación de Israel eran todo para Dios. Pero esta nación, en muchos momentos, le dio la espalda. Incluso cuando vino Jesucristo, dice la Escritura que “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron”. Fue allí donde se abrió el periodo de la gracia: el nacimiento de la iglesia.

 

La iglesia representa ahora una nueva nación espiritual. No es una nación territorial como Israel, sino una nación compuesta por creyentes de todas partes del mundo. Personas de diferentes lugares y culturas conformamos hoy esa nación santa, ese pueblo adquirido por Dios. Así como Israel fue amada profundamente, ahora Dios ama con igual intensidad a su iglesia.

 

La iglesia es llamada “la novia de Cristo”. Y sí Dios amó tanto a Jerusalén, a pesar de sus fallas, ¡imagina el amor que siente por nosotros! Nosotros, los que creemos en Jesús, los que hemos sido redimidos por su sangre, somos su deleite. Él murió por nosotros, nos rescató y anhela estar con nosotros para siempre.

 

Somos el verdadero deleite de Dios. Su amor por la iglesia es inmenso. Deberíamos sentirnos profundamente privilegiados de formar parte de esta nación santa, escogida y adquirida por Él.

 

Y por eso quiero dejarte con esta reflexión: la próxima vez que sientas que tu vida no tiene sentido, que no tiene propósito ni valor, recuerda esto: tú eres el deleite de Dios. Él te ama con todo su corazón y con toda su pasión.

 

ORACIÓN

 

 

Padre celestial, en el nombre de Jesús de Nazaret te damos gracias por manifestar tu gran amor por nosotros. Así como lo hiciste con Israel, entendemos que tu amor por la iglesia —por los creyentes, los fieles, los que hemos nacido de nuevo— es aún mayor.

 

Gracias porque al nacer de nuevo, hemos recibido un nuevo certificado de ciudadanía: no de una nación territorial, sino de una nación santa, espiritual. Nosotros, la iglesia, somos tu verdadero deleite.

 

Tu amor y tu pasión están volcados sobre nosotros. Haces lo imposible para que estemos cerca de tu corazón, de tu presencia. Por eso, mi oración hoy es por todos aquellos que se sienten sin valía, rechazados o apartados. Hazles ver tu infinito amor, Señor. Que puedan entender el valor que tienen ante tus ojos, y que sepan que tú te deleitas en su presencia, como un padre se deleita en estar con sus hijos.

 

Gracias, Dios, por tanto amor. Gracias por hacernos saber que somos todo para ti. Bendigo a cada persona que participa de esta oración, y en tus manos los entrego, en el nombre de Jesús de Nazaret.

 

Amén y amén.

 

¡Bendiciones!

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