- 22 Sep 2025
- Category: Devocional
El Devocional: Evita Este Grave Error
Salmos 16:4 (NTV) A quienes andan detrás de otros dioses se les multiplican los problemas. No participaré en sus sacrificios de sangre; ni siquiera mencionaré los nombres de sus dioses.
El salmista hablaba de un error tan grave que ha acompañado a la humanidad a lo largo de la historia: el de buscar y entregarse a otros dioses. Este versículo de los Salmos deja muy claro lo que ocurre con quienes toman esa decisión: se les multiplican los problemas.
Es muy revelador que el salmista decida no nombrar a esos dioses. ¿Por qué? En primer lugar, porque ni siquiera son dignos de ser mencionados. En segundo lugar, porque es una ofensa delante de Dios. Y en tercer lugar, porque el nombre no es relevante; lo verdaderamente importante y preocupante es la actitud del corazón humano hacia ellos.
Este salmo fue escrito hace más de tres mil años. En ese tiempo, ciertamente existían dioses específicos que la gente adoraba. Sin embargo, a medida que la sociedad avanza, los nombres cambian, pero el corazón del problema permanece el mismo: el ser humano continúa buscando llenar su vida con cosas o figuras que ocupan el lugar que solo le pertenece a Dios.
El error no es solo del pasado. Aunque pensemos que adorar a otros dioses es algo del Antiguo Testamento, de épocas antiguas o de culturas primitivas, esta práctica sigue vigente hoy. En los tiempos bíblicos, por ejemplo, existía un dios llamado Moloc, al cual se le ofrecían sacrificios humanos. También se rendía culto a diosas como Astarté, muy buscadas incluso por el pueblo de Israel. Y siglos después, en el Nuevo Testamento, los apóstoles predicaban en ciudades donde la costumbre de adorar a otros dioses seguía siendo común.
Hoy, la idolatría no ha desaparecido. Solo ha adoptado otras formas. Todo aquello a lo que las personas recurren buscando auxilio, dirección, protección o favor, sin ser el Dios verdadero, se convierte en un dios. La gente se vuelca a ellos, pone su fe en ellos y termina esclavizada espiritualmente, aun sin darse cuenta.
Muchos dicen: “yo ya no adoro a otros dioses”, pero es necesario examinar el corazón con honestidad. Existen dioses modernos que parecen inofensivos, pero que dominan la vida de las personas. Uno de ellos es el dios de la vanidad. El culto al cuerpo y a la apariencia se ha vuelto una obsesión. La belleza ha sido entronada, al punto de que las personas están dispuestas a pagar lo que sea por verse jóvenes o “perfectas”. Cirugías, tratamientos y un sinfín de sacrificios estéticos son ofrecidos en su altar. Sin saberlo, se rinde culto a este dios de la imagen.
También está el dios del dinero. Cuántas personas viven corriendo detrás de la riqueza, de la avaricia, de la codicia. La Biblia lo dice claramente: no se puede servir a dos señores. Si se ama a uno, se menosprecia al otro. Cuando el corazón se divide entre Dios y las riquezas, ya se ha levantado otro dios en nuestra vida.
Otros siguen al dios del vicio. Cualquier adicción puede convertirse en un altar moderno. Y también está el dios del adulterio, cuando una persona está tan atada a su vida sexual desordenada que no puede romper ese ciclo. Estas prácticas no solo destruyen, sino que alejan el corazón del único y verdadero Dios.
Nuestro llamado es claro: volvernos al Señor con todo el corazón. Reconocer que solo Jesucristo es digno de recibir nuestra adoración, que no hay otro dios por encima de Él. Como dice el salmista, a quienes andan detrás de otros dioses se les multiplican los problemas. Pero a quienes se rinden al único Dios, se les multiplican la paz, el gozo y la vida abundante.
ORACIÓN
Padre celestial, en el nombre de Jesús de Nazaret, te damos gracias por la oportunidad de estar aquí, aprendiendo de Ti y de Tu palabra. Gracias porque hoy nos adviertes acerca de este grave error que el ser humano comete tantas veces sin darse cuenta. Muchos, Señor, han sido arrastrados de manera inconsciente hacia la adoración de otros dioses, sin percibirlo.
Tu palabra llega siempre a tiempo, Señor. Ella nos despierta, nos abre los ojos, y nos hace ver la verdad: que quienes buscan otros dioses enfrentan más problemas, más cargas, más vacíos. Esa fue la realidad hace tres mil años y sigue siendo real hoy.
Hoy te reconocemos a Ti como el único Dios verdadero, digno de ser exaltado y entronado. Declaramos a Jesucristo como el único Señor de nuestra vida. Nuestra devoción es para Ti y solo para Ti. Nuestra fe está puesta en Tu presencia y en Tu palabra, porque Tu palabra es nuestra máxima autoridad en esta tierra.
Gracias, Dios. Te amamos, te adoramos y te exaltamos.
Oramos en el nombre de Jesús de Nazaret.
Amén y amén.
¡Bendiciones!
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