- 15 Sep 2025
- Category: Devocional
El Devocional: La Comida Que Verdaderamente Sacia
Juan 6:35 (NTV) Jesús les respondió:
—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca volverá a tener hambre; el que cree en mí no tendrá sed jamás.
¿Cuál es esta comida? En la Biblia, cuando Jesús enseñaba a sus discípulos, muchas personas se acercaban también para escuchar sus enseñanzas. Veían en Él características únicas que no encontraban en otros líderes o personajes de aquella época. Jesús podía hacer milagros, sanar paralíticos, curar enfermos y liberar a los oprimidos por espíritus malignos. Y lo más impactante: muchos de estos milagros ocurrían de forma pública. Todo el mundo lo sabía. Todo el mundo se daba cuenta de ello.
A raíz de esto, la gente comenzó a notar similitudes entre Jesús y el Mesías prometido por la Biblia. Sin embargo, no todos estaban seguros de que Él fuera realmente el Cristo, el Ungido de Dios. Por eso le pedían señales. En medio de su duda e incredulidad, buscaban pruebas que confirmaran que Jesús era el enviado para rescatar a la nación.
En una ocasión, le recordaron que Moisés les había dado una señal: el pan que descendió del cielo. Se referían al maná que, durante el peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto, caía diariamente del cielo para alimentarlos. Entonces le preguntaron:
"¿Qué señal puedes darnos tú? ¿Cómo puedes demostrar que eres quien dices ser?"
Jesús corrigió su pensamiento, les dijo que no fue Moisés quien hizo descender el pan del cielo, sino que fue Dios, su Padre. Y luego les reveló algo aún más profundo: “Mi Padre les da ahora un pan diferente. Un pan que da vida al mundo.”
Ese pan, dijo Jesús, es Él mismo. En el versículo 33 leemos:“Pues el verdadero pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo.” Entonces la gente respondió: “Señor, danos ese pan todos los días.”
Y Jesús reafirmó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca volverá a tener hambre. El que cree en mí no tendrá sed jamás.”
Las personas esperaban milagros que involucraran la naturaleza, como los de Moisés: que el mar se abriera en dos, que el agua se convirtiera en sangre, o que descendiera pan del cielo. Pero Jesús les estaba hablando de algo más profundo, más espiritual. Les decía:
“El verdadero pan que da vida es el que desciende del cielo... Y yo he descendido del cielo. Yo soy ese pan.”
Más adelante, les explicaría: “Si comen de mi carne y beben de mi sangre, jamás volverán a tener hambre ni sed. Siempre estarán saciados.”
Esta declaración desconcertó a muchos. No comprendían a qué se refería. Se preguntaban: “¿Cómo vamos a comernos a este hombre?” No entendían que Jesús estaba usando una metáfora espiritual. Pero Él sí sabía lo que decía.
Jesús les revelaba que Él era la representación del maná del cielo, el alimento que sustentó al pueblo durante 40 años en el desierto. Y también les mostraba que Él era el Cordero que sería sacrificado, exactamente a la hora en que se ofrecía el sacrificio pascual, un viernes a las tres de la tarde, la misma hora en la que Jesús moriría.
Cuando los judíos celebraban la Pascua, debían sacrificar un cordero, desangrarlo y comerlo en familia. Esa carne simbolizaba el cuerpo del Mesías. Y esa sangre era la misma que, siglos antes, habían colocado en los marcos de las puertas en Egipto, para que el espíritu de la muerte no entrara a sus hogares.
Jesús estaba diciendo que Él es ese pan que sacia. Él es el alimento verdadero, el Cordero pascual, el que quita el pecado del mundo. Aquel que cree en Él, que lo recibe y vive en comunión con Él, jamás volverá a tener hambre ni sed espiritual.
ORACIÓN
Padre Celestial, en el nombre de Jesús te damos las gracias por la oportunidad de leer tu Palabra y por permitirnos entenderla, como en su momento no la comprendieron quienes te escuchaban cara a cara.
Gracias por revelarnos estas verdades tan profundas, por hacernos ver que Tú eres el pan que descendió del cielo, y que además fuiste el Cordero que sería sacrificado por nosotros.
Gracias, Señor, porque hoy entendemos que comer de tu cuerpo y beber de tu sangre no es un acto físico, sino espiritual, reservado para quienes te han recibido como Dios, como Señor, como Salvador y como Padre. Y eso eres Tú para nosotros. Lo tenemos claro. Lo entendemos. Lo creemos.
Gracias por traer luz en medio de nuestra oscuridad, por guiarnos en momentos de confusión y por revelarte como el sustento eterno de nuestras vidas.
A Ti adoramos, a Ti reconocemos, a Ti exaltamos, y a Ti nos debemos.
Oramos en el nombre poderoso de Jesús de Nazaret.
Amén y amén.
¡Bendiciones!
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